Platero es pequeño, peludo, suave;
tan blando por fuera,
que se diría
todo de algodón,
que no lleva huesos.
Sólo los espejos
de azabache de
sus ojos
son duros cual dos escarabajos
de cristal negro.
Lo dejo suelto
y se va al prado
y acaricia tibiamente, rozándolas apenas,
las
florecillas rosas, celestes y gualdas...
Lo llamo dulcemente: ¿Platero?,
y viene a mí con un trotecillo alegre,
que parece que se ríe,
en no sé
qué cascabeleo ideal...
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